F. RAMOS MEJÍA


Reseña biográfica de quien da su nombre a la localidad donde está emplazada la biblioteca


Francisco Ramos Mexía Ross nació en Buenos Aires el 11 de Diciembre  de 1773. Su padre era Gregorio Ramos Mexía (natural de Sevilla) y su madre María Cristina Ross, hija de un escocés protestante. Inició sus estudios de latín y gramática en el Real Colegio y los completó en el Real Colegio de San Carlos. En 1797 partió al Alto Perú en busca de trabajo y para profundizar sus estudios en la Universidad Mayor de Chuquisaca.

En 1801 fue nombrado Juez subdelegado en La Paz.
Dicho territorio contaba con una numerosa población indígena sometida al régimen de la mita, lo que le permitió conocer el trato hacia aborigen y probablemente formar su percepción de la cuestión indígena lo que marcaría su vida.
El 5 de mayo de 1804 se casó con María Antonia de Segurola y Roxas hija de Ursula de Rojas Ureta y Alquiza y de Sebastián Segurola y Oliden, gobernador intendente de La Paz y uno de los principales represores del movimiento de Túpac Amaru.
En 1806, luego del nacimiento y temprana muerte de su primer hijo en La Paz, vendieron sus bienes y se trasladaron a Buenos Aires, haciendo la larga y lenta travesía desde el Alto Perú acompañados por ayudantes y 200 esclavos y transportando una fortuna en plata y oro amonedado, producto de la dote del casamiento.

Revolución de Mayo
Ocurridos los sucesos del 25 de mayo de 1810, los Ramos Mejía adhirieron en forma inmediata a los principios de la Revolución. Francisco contribuyó generosamente con sus recursos para equipar y financiar a las tropas de uno de los ejércitos que se formó en 1810. Fue designado regidor del Cabildo de Buenos Aires el 17 de octubre de 1810 y cumplió las funciones de defensor de menores. Luego se desempeñó como Alférez Real y desde mediados de 1815 Alcalde Provincial dejando de actuar en la política de la ciudad y la nación en 1816.
Uno de sus hermanos, Ildefonso Ramos Mejía, seguiría teniendo una intensa participación en la vida política llegando incluso a ser Gobernador de Buenos Aires.

Estancia de Miraflores

Tras la paz acordada en 1790, en tiempos del Virrey Marqués de Loreto, se fijó como línea divisoria el río Salado, donde la población indígena gozaba con relativa tranquilidad del control del territorio pampeano. La revolución no cambió eso: las autoridades de las Provincias Unidas del Río de la Plata estaban ocupadas en las guerras para asegurar su independencia y no podían distraer esfuerzos para sostener la expansión hacia el oeste. No obstante, la frontera era permeable y algunos estancieros dedicados a la cría extensiva de ganado vacuno se aventuraron de a poco más allá del río Salado.
En 1811 Ramos Mejía acompañado de algunos pocos hombres de la chacra encabezados por José Luis Molina, el mejor baqueano de la Provincia de Buenos Aires que hablaba perfectamente las lenguas indígenas, se internó tras el Salado hasta la zona de la

laguna Kaquel Huincul y Mari Huinkul en el antiguo Partido de Monsalvo (hoy Partido de Maipú, a 300 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires), donde compró a los indios pampas 160.000 hectáreas en 10.000 pesos fuertes. El historiador Adolfo Saldías, en su Historia de la Confederación, plantea que Francisco fue el único estanciero de entonces en comprarle tierras a los indios, permitiéndoles permanecer allí con sus tolderías. Cuenta la leyenda que fueron 40 kilómetros los que pudo recorrer en un día con dos caballos y los indios pampas le vendieron un cuadrado de esa distancia.
Concretada la transacción -por completo inusual para la época-, regresó a Buenos Aires en busca de su familia. También pagó la propiedad al Gobierno por lo cual exigió y obtuvo la escritura correspondiente recién en 1819, es decir, 8 años más tarde.
El camino que seguían las tropas de carreta que unía el sur del Salado (y por ende Miraflores) con Buenos Aires era ya más directo que en el pasado: de Buenos Aires llevaba a Chascomús, desde allí cruzaba el Salado por el Paso de la Postrera y llegaba a Dos Talas, Las Bruscas, Monsalvo, Kakel Huincul (en Maipú), laguna del Vecino (actual Partido de General Guido), los Montes del Tordillo y Montes Grandes del Tuyú, donde se reunía con el que partiera de la Ensenada de Barragán corriendo por el este.
Pese a haberles comprado la tierra, Ramos Mejía fomentó la permanencia de los indios en su estancia. Quienes lo deseaban podían asentarse allí. Se calcula que unas 200 personas optaron por ese régimen. Les enseñó a sembrar utilizando el caballo para arar, cosecharon trigo, cebada y maíz, y plantaron árboles (cedros, robles, castaños y frutales). El excedente de lo que producían se vendía en Buenos Aires y su producto les pertenecía. Los aborígenes podían abandonar la hacienda en cualquier momento, ninguna servidumbre los ataba a la tierra o a su dueño. Por otro lado, aquellos que preferían no asentarse tenían garantizado el libre y pacífico tránsito por Miraflores.
Ramos Mejía estableció sólo algunas reglas de convivencia para quienes habitaran sus tierras, que eran conocidas por estos como "la Ley de Ramos". Prohibía el juego, las bebidas alcohólicas y el uso de armas de fuego.
Además de enseñarles a trabajar el campo, Don Pancho comenzó con ellos una catequesis muy original lo que despertó inconvenientes con otros hacendados y las autoridades religiosas de Buenos Aires.

Plan para poblar la pampa

El 10 de agosto de 1814 presentó al Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata Gervasio Antonio de Posadas, un plan para poblar pacíficamente la pampa llevando adelante una acción civilizadora y por completo prescindente del empleo de la fuerza militar.  Sería sumamente interesante conocer con exactitud cual fue el plan. Cuentan que se proponía en él la venta con crédito, con condiciones muy laxas, de un mínimo de 10.000 Has. a aquellos colonos que estuvieran dispuestos a instalarse e invertir en esas tierras.
Un plan similar aplicó posteriormente Don Ezequiel Ramos Mejía en las orillas del Lago Nahuel Huapi para poblar esa discutida geografía de la Patagonia.

Rosas, Don Pancho y los indios

En el Tratado de Miraflores Ramos Mexía firmó como representante de 16 capitanejos pampas de la Provincia y denunció al Gobierno que las saladeros no pagaban la materia prima que era de sus representados.  Se trataba de hacienda baguala que se hallaba en territorio indio. Este fue el verdadero y oculto motivo de la persecución a que fue sometido este pionero ejemplar.
Ese mismo año se instaló en la laguna Kaquel Huincul, su territorio, un fortín al mando del capitán Ramón Lara. Si bien la frontera seguía en el Salado, el avance de las estancias y del apoyo militar permitió que las autoridades civiles fijaran la frontera en el nuevo fortín y en el naciente pueblo de Dolores.


Juan Manuel de Rosas sospechaba la connivencia de Ramos Mejía con los malones, dado que estos no afectaban sus propiedades. Rosas se había incluso opuesto a que la frontera se expandiera hasta Tandil, para impedir que Ramos siguiera comprando tierras a los indios. Por añadidura, Ramos Mejía no integraba tampoco el poderoso sector de los ganaderos saladeristas e inclusive la firma de Ramos aparece junto a la firma de los enemigos de Rosas en la guerra de panfletos que se produjo como consecuencia del cierre de los saladeros en 1818, dispuesta con el objeto de garantizar el abastecimiento a la ciudad. Finalmente, sus mismas posiciones religiosas e ideológicas los diferenciaban profundamente: para Ramos Mejía el blanco y el indio debían integrarse pacíficamente en comunidades bajo igualdad de derechos. Miraflores se convirtió en buena medida en esa verdadera colectividad utópica por la que abogaba y la experiencia era exitosa: aunque los indios tenían libertad de irse en cualquier momento la población afincada en paz aumentaba sin cesar, el robo fue erradicado y la estancia daba ganancias. Juan Manuel de Rosas, hábil conocedor de las poblaciones indígenas defendía en cambio una política dual: de negociación y relación paternalista con caciques amigos y de enfrentamiento y sometimiento con los adversarios.

Milenarismo

De ideas políticas y religiosas muy particulares, Francisco Ramos Mejía predicaba una interpretación milenarista, original y muy personal de los Evangelios, influenciada en buena medida por el jesuita chileno Manuel Lacunza (1731-1801). Lacunza se hizo conocer por su trabajo La venida del Mesías en gloria y majestad, acerca de la segunda venida de Cristo, escrito bajo el seudónimo de Josafat Ben Ezra durante su exilio en Italia, tras la disolución de la orden. Su libro circuló en fragmentos durante los últimos años de la década de 1780 por toda Europa y América, y fue publicado en forma de libro después de su muerte.
Ramos Mejía estaba tan interesado en esa obra, que copió a mano el manuscrito que poseía el dominico Isidoro Celestino Guerra. Poco después adquirió la edición en cuatro tomos publicada en Londres en 1816 por el general Manuel Belgrano, en la que efectuó numerosas anotaciones en los márgenes, muchas veces críticas de las ideas de Lacunza. Esas críticas a Lacunza, quién pese a sus posiciones poco ortodoxas se encontraba bajo la influencia de su formación teológica católica, indican que Ramos Mejía compartía muchas de las perspectivas de los reformadores protestantes.
En 1820 Ramos Mejía publicó un corto tratado llamado "El evangelio de que responde ante la nación el ciudadano Francisco Ramos Mejía", y otro panfleto "El A B C de la Religión". Esas publicaciones produjeron reacciones inmediatas: sumadas a las denuncias que desde tiempo atrás se acumulaban contra sus prácticas religiosas movieron al gobierno a encargar al padre Valentín Gómez su investigación. Valentín Gómez designó a su vez al cura vicario de Dolores para que investigara sobre el terreno las denuncias. El informe finalmente presentado daba por comprobada sólo la acusación de haber santificado el día sábado y manifestaba no tener suficientes indicios para dar por cierta la de realizar casamientos.
Afirmaba no obstante que Ramos Mejía no sólo guardaba el sábado como opción personal, sino que había persuadido a los trabajadores de sus campos y a los indígenas que los habitaban a hacer lo mismo. Este hecho y los rumores, comprobados o no, constituyeron argumentos suficientes para que fuera considerado hereje, por lo que el entonces ministro de gobierno Bernardino Rivadavia dictó una resolución donde establecía que se "Intímase a Don Francisco Ramos Mejía se abstenga de promover prácticas contrarias a la religión del país y de producir escándalos contrarios al buen orden público, al de su casa y familia y a su reputación personal".  El dominico Francisco de Paula Castañeda, su principal perseguidor, lo acusaba también de haber quemado las imágenes y eliminado el santoral católico.

El Pacto de Miraflores

Hacia 1820 la situación de la frontera sudoeste era pacífica. En un informe de 1864 del sargento mayor Juan Cornell al ministro de guerra, recordaba que hacia 1820: "La frontera por el Sud había adelantado hasta Kaquel y también las estancias por inmediaciones a la costa del mar desde el Río Salado hasta la Mar Chiquita. Por el norte partiendo desde Chascomús, Ranchos, Montes y demás puntos hasta Mercedes y Melincué se mantenían en sus antiguos puestos. Los establecimientos de estancias en toda esa extensión al frente no habían alcanzado sino hasta el Río Salado. (...) Los indios pampas hacía años que se mantenían en paz situados por la Lobería, Tandil, Chapaleufú, Huesos Tapalqué y Kaquel, viniendo a comerciar hasta esta Capital, alojándose en los corralones destinados a este negocio.".
Inmerso en una crisis civil sin precedentes, a principios de 1820 el gobierno buscó un acuerdo con los indígenas de las sierras de Tandil que le permitiese asegurar esa frontera. Cuando las propuestas llegaron a los indígenas, estos decidieron que Francisco Ramos Mejía actuara como su representante en las negociaciones. Con ese objeto Ramos Mejía presentó al gobernador Martín Rodríguez unas "Pautas de convivencia pacífica entre blancos e indios" que serían reconocidas en el posterior Tratado.
Las conversaciones se realizaron en la estancia de Miraflores. El 7 de marzo de 1820, en representación de 16 jefes indígenas pampas, Ramos Mejía firmó con el gobierno de Buenos Aires el Tratado de Paz de Miraflores, que si bien reconocía la situación existente planteaba una relativa reciprocidad en las concesiones. Así, el artículo 4° del texto del tratado reconocía como nueva línea de frontera las tierras ocupadas por los estancieros, pero estos debían permitir a los indígenas el libre paso por sus tierras. El artículo 5° obligaba a los indios a devolver la hacienda robada, pero los blancos debían respetar los bienes de aquellos. Ramos Mejía se negó a suscribir un par de puntos, como el de que el indio debía ajusticiar a los blancos huidos a su territorio.
Fue firmado por Martín Rodríguez con los caciques Ancafilú, Tacumán y Tricnín, quienes había sido autorizados en las tolderías del Arroyo Chapaleufú a representar también a los caciques Carrunaquel, Aunquepán, Saun, Trintri Loncó, Albumé, Lincon, Huletru, Chañas, Calfuyllán, Treruc, Pichilongo, Cachul y Limay, y por los caciques firmó Francisco Ramos Mejía (Tratado de paz de la estancia Miraflores 7-3-1820).
Tras el tratado que debía ratificar la paz existente la situación se deterioró rápidamente en todos los aspectos. Francisco Ramos Mejía ya había sido denunciado como hereje y su afinidad con los indios era considerada sospechosa. Por añadidura, en otros frentes la descomposición política del régimen y la incursión del líder chileno José Miguel Carrera favorecieron nuevas incursiones de las tribus.
Dice Cornell: "Pero desgraciadamente las turbulencias del año 20 y el mal manejo que se tuvo para tratarlos hizo disgustarlos en tiempo del gobierno del General Rodríguez, y se retiraron de Kaquel donde residían las tribus de Ancafilú, Pichiman, Antonio grande y Landao, que vivían pacíficamente agasajados por Don Francisco Ramos Mejía, que permanecía sin ningún temor en su estancia con toda su familia y sin exageración diré, rodeado de estas indiadas."

Expedición al sur

Campañas de Martín Rodríguez contra los indígenas
A los pocos meses de la firma del tratado de Miraflores, el 27 de noviembre de 1820, un malón azotó la localidad de Lobos dejando alrededor de cien víctimas incluyendo al jefe del fortín. Entre las tropas que salieron en su persecución estaba el coronel Juan Manuel de Rosas.  No lograron darles alcance ni recuperar cautivos o arreo. El 2 de diciembre José Miguel Carrera con una partida de indios atacó la localidad de Salto y destruyó la población.
Ante la indignación pública por los malones, el gobernador Martín Rodríguez dispuso una expedición contra los indios que atacaban las poblaciones de la frontera. No obstante ante la imposibilidad de alcanzar las partidas agresoras, Rodríguez efectuó finalmente su entrada contra tribus pacíficas. Se puso en campaña desde el fortín Lobos, donde reunió alrededor de 2.500 hombres. Una división dirigida por Rafael Hortiguera, Gregorio Aráoz de Lamadrid y Rosas invaden el territorio por el centro, mientras otra fuerza al mando de Rodríguez lo hace por el sur.
La columna de Rodríguez cruzó el Salado rumbo al sur y acampó a orillas de la laguna Kaquel Huincul.  Desde allí avanzó hacia la sierra del Tandil para sorprender las tolderías de los caciques Ancafilú y Anepan en las márgenes del arroyo Chapaleufú.   El arroyo tuvo que ser pasado a nado por lo que las tropas sólo lograron capturar algunos niños y mujeres y muy poco ganado.
Los indios se dispersaron en pequeñas partidas que seguían la columna. Enviaron luego una embajada manifestando deseos de someterse, para lo que solicitaban un parlamento. Abiertas las negociaciones, Rodríguez devolvió a los indígenas los prisioneros y sus rebaños, quedando los caciques en presentarse en pocos días. El plan de las tribus consistía en incorporar 300 indios de lanza a la columna como tropas aliadas para operar contra las tribus tehuelches y dirigir a las tropas a una celada en la cual los 300 arrebatarían la caballada y el resto atacarían a la columna. El cacique Juan Landao delató los planes, por lo que los indios del cacique Pichiloncoy optaron por atacar las fuerzas de Rodríguez, quien se impuso ocasionándoles unas 150 bajas.
Los indios pidieron parlamentar y se acordó una reunión con los enviados de Rodríguez cerca de una laguna donde fueron asesinados. Desde entonces es conocida como laguna de la Perfidia. Vista la situación, con el ejército semisublevado, Rosas renunció a su comisión y se propuso regresar a su estancia de los Cerrillos. En la certeza de la inutilidad de proseguir las operaciones Rodríguez resolvió replegarse a Kaquel Huincul.
Ante lo que consideraba una violación flagrante por el Gobierno del Pacto de Miraflores, Ramos Mejía protestó enérgicamente: "Si los indios aspiran de hecho y de derecho a la paz, los cristianos fomentan de hecho y de derecho la guerra (…) ¿No nos desengañaremos jamás de que ni el sable ni el cañón en nuestras circunstancias ni las buenas palabras con tan malditas obras es posible que constituyan ahora la paz entre los hermanos? ¿Será posible darle la salud a la Patria por medio de los prisioneros de la muerte?".

El Gobierno acusa
  
En el fuerte de Kaquel Huincul Rodríguez ordenó que fueran detenidos todos los indios que trabajaban en la Estancia de Miraflores, acusándolos de ser espías de las tribus que realizaban los malones, y que Francisco Ramos Mejía se presentara a la ciudad de Buenos Aires para responder a la acusación de preferir la amistad de los indígenas a la de sus conciudadanos y de trabajar en contra de la religión oficial. En el comunicado que pasó al gobierno Rodríguez señalaba que de Miraflores "reciben los demás indios noticias que les favorecen para sus excursiones" y que en esa "estancia es donde se proyectan los planes de hostilidades contra la provincia".

Trágico desenlace

 Al ejecutarse la orden hubo un intento de resistencia pero Ramos Mejía convenció a los indígenas que marcharan pacíficamente, comprometiéndose a dirigirse al fuerte para hablar con el gobernador y resolver la situación. Al presentarse al día siguiente en el fuerte, Rodríguez le comunicó que no sólo los indios no serían liberados sino que él debía abandonar de inmediato su estancia e ir detenido a la capital. Su esposa María Antonia y sus hijos fueron encerrados en una carreta rumbo a Buenos Aires, mientras que Francisco Ramos Mejía fue trasladado esposado a caballo. Iniciado el traslado, en las cercanías del fuerte Ramos Mejía vio en el camino los cadáveres degollados de ochenta indios de sus tierras. Al presentar su protesta le contestaron que durante la marcha se produjo un intento de resistencia que debió ser sofocado. No se encontró ninguna prueba que ligara a Ramos Mejía o a los indios de sus tierras con los malones o de que representaran una amenaza para la frontera. De hecho, en su informe del 4 de febrero de 1821, el capitán Ramón Lara le informó al gobernador que al allanar como se le ordenara la estancia había encontrado sólo seis fusiles, tres de ellos inútiles y los restantes con evidente falta de uso, lo que representaba un arsenal claramente insuficiente no ya para las actividades de que eran acusados sino para cualquier estancia en zona de frontera.
Cornell afirmaría que la incursión fue un fracaso que "... no produjo ésta mayores resultados, si no al contrario más disposición en los indios para hacernos la guerra y no poca por haber traído preso en el mismo ejército a Don Francisco Ramos Mejía con toda la tribu de indios pacíficos que tenían sus tolderías en su estancia Miraflores."

El malón de 1821

En efecto, el ataque injustificado provocó que las tribus que se habían mantenido hasta ese entonces en paz por voluntad, costumbre y en respeto de lo establecido en el Pacto de Miraflores se alzaran también contra las poblaciones de la frontera. Entre ellos, el cacique pampa Curu-Nahuel (llamado Curunau, Tigre negro) que vivió en las cercanías de Miraflores entre 1805 y 1835, padre de Cachul,  se sublevó ante el evidente atropello, lo mismo que el cacique pampa Calfugán del cual jamás había habido quejas.
En abril de 1821 un malón de 1500 hombres de lanza guiados por José Luis Molina, el antiguo capataz de Ramos Mejía, destruyeron la naciente población de Dolores.

Reclusión y muerte en Los Tapiales

Ramos Mejía permaneció recluido en su chacra de Los Tapiales y no volvió jamás a Miraflores. Tal como sucediera en su vieja estancia, numerosos pampas fueron congregándose y estableciendo sus tolderías en torno a su nuevo hogar. Víctima de una epidemia, murió el 5 de mayo de 1828, apenado y entristecido por el fallecimiento de dos de sus hijos a causa de la peste. Tenía 54 años.
Misterioso entierro
El mismo día de su muerte, su familia inicio los trámites para poder sepultarlo en el parque de la chacra de Los Tapiales. Pasaron dos días esperando el consentimiento para la inhumación mientras el cuerpo de Francisco Ramos Mejía continuaba en una de las salas de la chacra. Al tercero entraron a la sala ocho indios, tomaron el féretro y lo depositaron sobre una carreta. Fuera del casco de la estancia los esperaban varios indios que formando un cortejo siguieron a la carreta. Tras cruzar el Río Matanzas se perdieron en el desierto y nunca se supo el lugar exacto en el que fue enterrado.
La chacra quedó en manos de su viuda, María Antonia Segurola. Gobernaba la provincia el coronel Manuel Dorrego quien sería fusilado el 13 de diciembre de 1828 por el general Juan Lavalle, sobrino de Francisco. Tras la derrota de Puente de Márquez, Lavalle acampó en Los Tapiales, donde permaneció durante varios meses del año 1829.  De allí partió meses después a visitar el campamento de Rosas, en la actual localidad de Virrey Del Pino.

Los hijos y los yernos

Los hijos de Ramos Mejía, Matías, Ezequiel y Francisco y sus yernos, los maridos de Magdalena y Marta Ramos Mejía, Isaías de Elía Álzaga y Francisco Bernabé y Madero estuvieron entre los principales dirigentes del alzamiento de los Libres del Sur en Dolores, lo que determinó la confiscación por Rosas de los Tapiales y de Miraflores. Luego acompañaron a Lavalle en su retirada hacia el norte tras la derrota sufrida en Quebracho Herrado. Francisco fue muerto en Córdoba  por un mazorquero y los restantes, tras la muerte de Lavalle el 9 de octubre de 1841 en Jujuy, continuaron a Bolivia trasladando sus restos y partiendo al exilio. Tras la caída de Rosas, los Ramos Mejía recuperaron sus propiedades. De sus nietos se destacan Francisco, célebre historiador y jurista, y José María Ramos Mejía (1842-1914), famoso sociólogo y psiquiatra.
 
Bibliografía
 Clemente Ricci, Francisco Ramos Mexía: Un heterodoxo argentino como hombre de genio y como precursor, Buenos Aires, Imprenta Juan H. Kidd y Cía, 1923.
Priora, Juan Carlos, Francisco Ramos Mexía, Revista Diálogo Universitario, 2002.
Manuel Torres Cano, Historias ferroviarias al sur del Salado, EUDEM, ISBN 987-1371-29-2, 9789871371297
Adriana Pisani, Historias del Salado y la Bahía: crónicas y documentos del pasado, Editorial Dunken, ISBN 987-02-1989-6, 9789870219897

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